Al caer al suelo tras tropezar, el preciado objeto cayó de entre sus manos al suelo. Asombrado por cómo de repente éste objeto, con la forma de una simple esfera, empezó a emitir una tenue luz celeste, que iluminaba levemente lo que se encontraba cercano a ésta. Seguidamente, Alatdïr agarró fuertemente dicha esfera, con intención de que no se le volviese a caer y levantándose del suelo. Tras ello, extendió la mano ofreciéndosela a Nira, ésta la aceptó. En aquella oscura y nevada madrugada de una noche de invierno algo cambiaría para las cuatro personas que se encontraban en ese viejo y destartalado granero constituido por desquebrajados tablones de madera, la noche se estimaba normal, pero algo alarmaba a Alarend, un humano de veintitrés años, piel blanca, pelo ondulado y corto, de color marrón apagado, casi negro. Junto a él, a su lado izquierdo, se encontraba Nira, y detrás de éstos Alatdïr y Zeld. Los rasgos faciales de Nira mostraban que era una elfa, su largo y liso pelo negro y sus orejas puntiagudas. Detrás se apreciaba un joven humano de estatura media, piel blanquecina, ojos verdes y pelo rubio, rizado y largo, ese era Alatdïr, tenía doce años, y Zeld, un humano adolescente que tenía quince años, piel blanquecina, ojos marrones, pelo rizado y castaño y no muy largo, al lado de éste.
-Ahora, necesito silencio, debo concentrarme, creo que puedo conseguirlo, Nira, ya sabes que hacer-. Dijo Alarend mientras cerraba los ojos.
-Entendido-. Respondió casi inmediatamente Nira, apretando el artefacto contra su pecho, cogido por sus dos manos, a lo que éste pareció responder intensificando el resplandor que producía.
Se produjo un silencio absoluto, inquietante. Al cabo de unos dos o tres minutos Alarend dijo:
Ya los siento, ¿Son seis?
-No, son cinco.- se autocontestó Alarend.
-Sí, definitivamente son cinco.- afirmó.
-Se están acercando, van a un ritmo muy rápido, puedo notar sus pisadas, vienen.- prosiguió diciendo Alarend.
-Chicos, escondeos, ¡Ahora! Y no hagáis ruido.- dijo Nira.
-Vaa… Vale.- contestaron Zeld y Alatdïr al unísono.
Seguidamente empezaron a escucharse grotescas e intensas pisadas alrededor del granero, cada una más intensa que la anterior, cada vez estaban más cerca de sus objetivos.
De pronto, un silencio incómodo inundó el lugar, las pisadas habían cesado.
-Es el momento, debo luchar, debo hacerlo, para proteger a las personas a las que quiero.- Dijo Alarend. Nada más decir esto, golpeó con un puñetazo de su brazo derecho la tabla quebrada de madera que tenía debajo suya, rompiéndola y hundiendo todo el brazo en ella.
-Aquí estás, no sabes cuánto te he echado de menos, mi querida Kathor.- Dijo Alarend. Al decir esto, sacó lentamente el brazo, empuñando una espada, dicha espada tenía rasgada la hoja por cuatro partes, y en la parte superior del mango, tenía una preciosa y reluciente gema roja, no muy grande, con la forma de la cabeza de un dragón, Alarend se dispuso a blandirla, y produjo que se aventara parte del polvo situado en el suelo.
El artefacto empezó a aumentar la intensidad con la que brillaba, buena parte del granero estaba iluminada. En ese mismo instante, un golpe seco derribó la puerta, un único golpe. Tras ella, la figura de cuatro seres de piel verdosa, con una gran envergadura, de unos dos metros y medio de altura cada uno de ellos. Parecían estar furiosos y a la vez, cansados, jadeaban levemente, portaban vestimenta pobre, dejando lucir sus formidables músculos.
-Falta uno, ¿Dónde estará?- Dijo Alarend.
Y una figura se acercó a los otros cuatro seres, pudiendo ser distinguida entre la densa niebla, ya que se estaba acercando, era uno de ellos, aunque éste era más grande, mediría alrededor de tres metros.
-¡TÚ!- gritó Alarend.
-Hemos venido a acabar con vuestras existencias.- Presumió el extraño ser que parecía ser el líder de ellos.
-No permitiré que les hagas daño, no pienso volver a fallar, no ésta vez, hice una promesa, ¡Pienso cumplirla!
Tras ésas palabras, Alarend corrió todo lo que pudo hacia su enemigo, agarrando su espada con toda su fuerza, preparando el único golpe, el golpe de gracia, pretendía darlo todo en ése golpe. Tras dar los primeros pasos, gritó:
-¡¡¡Aévathor-dharâk!!!- Y un extraño fuego azul emanó de la hoja de Kathor, la espada de Alarend.
Su enemigo, al ver esto, preparó la defensa casi instintivamente, empuñó su espada, su única defensa sería un buen ataque, empezando a correr hacia Alarend. Escuchándose un tremendo grito por parte de ambos, el grito de guerra.
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